jueves, 27 de agosto de 2015

Barolo

Barolo

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff

para Fervor por Buenos Aires

Es obvio que, si se escribe sobre edificios de Buenos Aires, no se puede prescindir del Palacio Barolo. Teníamos, es cierto, alguna resistencia a hacerlo. ¡Es tanto lo que se ha publicado en estos últimos años…! Nos preguntábamos si sería posible encarar el tema sin recorrer lugares comunes. No tenemos respuesta aún. Lo intentaremos. Es notable que en casi todas las notas dedicadas al Palacio Barolo, o el Pasaje Barolo, o Galería Barolo, o “el Barolo”, simplemente, se suele prescindir, casi hasta la invisibilidad, del mismísimo Sr. Barolo, sin cuya existencia no hubieran sido posibles tantas notas. Incluida esta.



Luis Barolo, nacido en Italia en 1869 y fallecido en 1922 en Buenos Aires, fue un empresario textil. Ninguna de las fuentes consultadas consigna el nombre de la empresa o empresas que poseía, dado que, evidentemente, ganó muchísimo dinero en sus actividades. Tanto como para poder comprar un lote de 1365 m2 en la Avenida de Mayo entre San José y Luis Sáenz Peña, y posteriormente mandar construir allí el extraño edificio que conocemos con los nombres mencionados.


A todo esto, digamos que ninguno de estos nombres tiene carácter oficial, y que los tres son válidos para entendernos y saber a que nos referimos.


Se dice que su ejecutor, el arquitecto Mario Palanti, por supuesto de acuerdo con el propietario, construyó este edificio para -eventualmente- trasladar allí las cenizas de Dante, y así preservarlas de las previsibles guerras europeas.


Un cúmulo de interrogantes surgen ante esta hipótesis: ¿Cómo se llevaría a cabo este traslado? ¿Italia accedería a este plan? ¿En qué marco legal podría encuadrarse la exhumación y traslado de los restos de la mayor gloria literaria de Italia, y quizás del mundo, a un edificio particular ubicado en la ciudad de Buenos Aires? y, sobre todo ¿quiénes se encargarían de semejante empresa?

Si Palanti y Barolo sustentaban o no tan descabellado propósito no es comprobable, ni tampoco hay constancia ninguna sobre dónde y cuándo surgió esta especie. Un interesante documental sobre el edificio y sobre esta leyenda fue realizado no hace mucho por el cineasta Sebastián Schindel. Se llama “El rascacielos latino” y se emite habitualmente por canales de cable.


Hay otras tantas que circulan, no sabemos con qué fundamento. Por ejemplo, leemos que Barolo tenía sus oficinas en el edificio, y que utilizaba unos ascensores y pasajes secretos para entrar y salir. No alcanzamos a entender el porqué de semejante misterio. Pero nuestras dudas se acrecientan al enterarnos que el edificio fue inaugurado en 1923, y que Luis Barolo había sido enterrado un año antes. Muerto, claro.
Todo esto hace a esas raras habladurías que suelen denominarse “leyendas urbanas”, generalmente originadas en malos entendidos, y cargan de misterios y fantasmagorías caprichosamente a gusto del consumidor a todo lo que sale de lo común. Y a lo común también.

No sabemos si será un misterio, pero al menos es raro que no se mencione quien hizo los cálculos de estructura de esta mole de cien metros de altura, que constituyó el primer edificio de hormigón armado de Sudamérica. Y también el más alto hasta la construcción del Kavanagh. Posteriormente el arquitecto Palanti hizo una obra en la vecina orilla algo menor que el Barolo nuestro: el Palacio Salvo de Montevideo. Se decía que las luces de los faros de ambos edificios podrían verse desde las orillas opuestas. Sería interesante hacer la prueba, como un revival de aquellas épocas en que todo causaba asombro. Asombrosamente, hoy pasan cosas mucho más extrañas que no nos asombran para nada.                                               


Otra curiosidad: El arquitecto Palanti jamás había construido un edificio -o un rascacielos si se quiere- de esa altura. En la Italia de esos años no existían, ni creemos que en toda Europa; eran cosas de los norteamericanos. Sin embargo, Palanti, sin antecedentes en la materia, realizó esta mole y la de Montevideo, volvió a Italia y, aunque posteriormente construyó otros edificios en altura, ninguno de ellos tuvo esta escala.
                               
Volviendo al Sr. Luis Barolo, seguramente debe de haber merecido en  su muerte comentarios y notas periodísticas. No las conocemos, pero sin duda la más curiosa es la que indirectamente le dedicara un poeta lunfardo, Francisco Bautista Rímoli. Este vate arrabalero es el autor de un lindísimo tango, “Pajarito”, que grabara Gardel, y de las tiernas estrofas de “Boedo”, clásico de Julio de Caro: 
Boedo, vos sos como yo, malevo como es el gotán
abierto como un corazón que ya se cansó de penar.
Lo mismo que vos soy así por fuera cordial y cantor
¡A todos les digo que sí y a mi corazón le digo que no!
En un inefable poema que solía recitar Julián Centeya, “Semos hermanos”, Rímoli hace hablar a un vagabundo filosófico que menciona a Barolo en este irreverente y descarnado epitafio:
…” Se mueren los manates y el que no tiene un cobre… ¡Manyá!, si uno no tiene un mango, ni uno sólo, hoy no se cambiaría por el rico Barolo, que estiró las dos patas con todos sus morlacos, y sin embargo viven muchos que andan sin saco” 

Para aumentar las extrañas relaciones entre Dante Alighieri, Luis Barolo, Mario Palanti, y el tango, Francisco Rímoli, firmaba con el burlón seudónimo de Dante A. Linyera.



Sobre estas leyendas del Barolo, Palanti y Alighieri, a los que suma eminentes próceres de nuestra historia, nuestro querido amigo Roberto Alifano tramó una compleja y erudita trama, recientemente publicada en España por la editorial Khaf y que pronto se distribuirá en nuestro país. Su título es “Yo, Dante Alighieri”. ¿Nos aclarará estos misterios?

1 comentario:

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