Le Corbusier en Buenos Aires- parte II
por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff y archivopublicado por Fervor por Buenos Aires publicaciones Izrastoff
No obstante estas pequeñas batallas, tres arquitectos fueron designados como amables anfitriones y acompañantes sociales de Le Corbusier.
Ninguno de ellos compartía la posición de Le Corbusier en la materia, lo cual no impidió, por cierto, una relación cordial que, en algún caso, se prolongó epistolarmente. Fueron designados por el Decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Ing. Enrique Butty, de quien dependía la entonces Escuela de Arquitectura (la Facultad de Arquitectura y Urbanismo fue creada recién en 1947).
Ellos fueron: el profesor Ezequiel Real de Azúa, que había sido vice-decano de esa Facultad, Alberto Coni Molina, admirador y continuador de Alejandro Christophersen, y Raúl Jacinto Alvarez, autor del conjunto arquitectónico Escuela de Mecánica de la Armada.
Como se ve, ninguno de ellos tenía antecedentes que ameritaran ningún compromiso ideológico con las formulaciones vanguardistas de Le Corbusier.
Pero es extraño, realmente, que no exista ningún testimonio que acredite algún tipo de relación o contacto entre Le Corbusier y Alejandro Virasoro, adelantado del modernismo y del art-decó en nuestro país. También es extraño que en ninguna entrevista, ni en ningún artículo, Virasoro se haya referido al tema.
Si lo hubo con Alberto Prebisch, y con el arquitecto-ingeniero Antonio Vilar, cultor del racionalismo alemán y autor de innumerables obras, entre ellas el edificio central del Automóvil Club Argentino, ya presentado en nuestra revista.
Lo cierto es que Le Corbusier volcó sus preferencias sociales en el pequeño círculo de Amigos del Arte, especialmente en González Garaño. No era casual. Le Corbusier poseía, fuera de toda duda, un gran espíritu utilitario. Más que las conferencias le interesaban las obras y sus honorarios, inquietud muy razonable, por otra parte. Intuye que el dinero y las posibilidades de construcción estaban en esa dirección y hacia allí rumbea sus pasos. No estaba equivocado, pero el final de todos sus esfuerzos fue decepcionante. Le Corbusier no realizó ninguna obra en Buenos Aires.
Había puesto su mira, especialmente en Victoria Ocampo quien, aparentemente, lo dejaba fantasear sin límites sin expedirse nunca en concreto.
Y aquí debemos abordar el tema de la famosa casa de Victoria en Palermo Chico, y repasar los hechos. Victoria había pedido planos a Le Corbusier para la construcción de su casa en Palermo Chico, Rufino de Elizalde 2831. En realidad, fue una amiga de Victoria Ocampo, Adela Cuevas de Vera, quien, estando en Francia, en agosto de 1928, le pide a Le Corbusier, en nombre de esta, un “diseño”. Le Corbusier no cumple el encargo con la celeridad que Victoria Ocampo requería, y así en abril de 1929 firma contrato con Alejandro Bustillo para esta obra, cuando quizá Le Corbusier estaba en plena tarea. ¿Una excentricidad? Quién sabe…
Así lo explica Victoria Ocampo: “Cometí el error de dirigirme al arquitecto Bustillo… Bustillo detestaba lo que yo amaba y nos peleamos antes de llegar a un acuerdo…” -añadiendo-…”Bustillo tenía un cierto sentido del orden, y sobre todo, un sentido de la calidad”. No fue un escándalo. Fueron dos.
Primero porque la construcción en sí desató la furia del distinguido vecindario, que veía como un ultraje la erección de unos cuadrados y rectángulos blancos vidriados entre los palacetes de diseño clásico que engalanaban la nueva urbanización porteña.
Y el segundo que nada menos que Bustillo -en las antípodas de Le Corbusier- hubiera aceptado, suculentos honorarios de por medio, la construcción de algo que en el fondo detestaba y de lo que, posteriormente, abjuró.
Lo cierto es que Le Corbusier tuvo palabras de elogio hacia esta construcción, en tiempos en que Victoria Ocampo aún jugueteaba con la construcción de un pequeño rascacielos vidriado en terrenos que poseía sobre la calle Salguero. Por supuesto, este proyecto de Le Corbusier tampoco se realizó.
Con posterioridad, hubo cantidad de argumentos de justificación, y, por cierto, al día de hoy la casa (hoy Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes) es una celebridad que, a pesar de los cambios de dueño en las décadas transcurridas, se conoce simplemente como “la casa de Victoria Ocampo”.
Le Corbusier se “asocia” con Antonio Vilar antes de volver a Francia, para la concreción de algunos emprendimientos que estaban en carpeta. Vilar, que pareció haber aceptado los términos de la “sociedad”, contestó displicentemente alguna carta de Le Corbusier hasta que cortó el diálogo. Le Corbusier siempre manifestó su asombro y desengaño por este desenlace de su vinculación con Buenos Aires, a la que él imaginaba como una fuente inagotable de grandes emprendimientos.
Su relación con Victoria Ocampo se mantuvo, por carta al menos, por casi diez años, si bien nunca se interrumpió explícitamente. Le Corbusier se ofreció, casi hasta la impertinencia, de mil maneras para otras obras, que, finalmente, Victoria encargó al arquitecto Alberto Prebisch. Quizás la explicación de esta actitud pueda encontrarse en unos párrafos de Victoria Ocampo referidos a Le Corbusier: -“Cuando un año después de su visita a Buenos Aires vi las casas que construía, disminuyó mi entusiasmo. Comprendí que prefería sus teorías a su realización como casa habitable, y que, por consecuencia alguna cosa debía fallar en sus teorías cuya aplicación era al menos decepcionante (al menos para mí).”- Cronológicamente, al menos, este argumento no tiene sustento, y se suma a los pequeños misterios de esta desarticulada relación.
Como decíamos, durante años Le Corbusier prefirió ignorar el silencio que acogía sus iniciativas y mandaba nuevos proyectos, y así en el año 38 se dirige en forma conjunta a Victoria Ocampo, González Garaño y Enrique Bullrich para invitarlos a formar lo que él llamaba un “Comité Cívico” que debía dar apoyo e impulsar ante las autoridades sus planes urbanísticos para Buenos Aires.
Grandes proyectos, siempre a punto de realizarse, no se llevaron a cabo. Un gran hotel con mil quinientas plazas en Mar del Plata, una gran casa en El Zapallar, Chile, como residencia veraniega de don Matías Errázuriz y su familia, en fin, todo quedaba inexplicablemente en la nada…
Le Corbusier viajó por dos días a Montevideo donde tuvo, en el medio profesional, mejor acogida que en Buenos Aires. Al finalizar su estadía entre nosotros viaja también a Río de Janeiro, donde da conferencias, y concibe maravillosos proyectos. No se hicieron.
Dejó algunos juicios. Sobre los profesores de la Escuela de Arquitectura: “Son perfectamente idiotas. Los alumnos parecen mejores”.
Describe como “un enano con galera” al Palacio Salvo de Montevideo y dice del Barolo de Buenos Aires: “Si no viniera de ver el insoportable bodrio que se llama Palacio Barolo, fealdad máxima de la Avenida de Mayo y de Buenos Aires, me hubiera sorprendido más aún todo lo que exhibe de abyecto este increíble mamarracho que ustedes tienen que aguantar como una irremediable calamidad pública”.
Sobre las casas típicas porteñas, inesperadamente las celebra: “Son una expresión lógica de la vida de Buenos Aires. Sus dimensiones son justas, sus formas armoniosas, sus situaciones recíprocas están hábilmente halladas. Es vuestro folklore, de hace cincuenta años y aún de hoy”.
Como “parto de las montes” quedó en la Argentina una obra de Le Corbusier, mínima consecuencia de sus fabulosos proyectos. Es la llamada “casa Curutchet”, casa y consultorio del Dr. Curutchet, en La Plata.
Quedan en el tintero muchas cosas. Su viaje a San Antonio de Areco, su vuelo a Asunción nada menos que con Jean Mermoz y Antoine de Saint-Exupery, su viaje a Río de Janeiro en el “Giulio Cesare”, en el que también volvía a Francia la vedette negra Josephine Baker.
Como colofón no estaría de más señalar que el “Massilia”, el gran trasatlántico francés en que arriba Le Corbusier a Buenos Aires (con agudos comentarios a su madre sobre el boato de los camarotes Luis XV) fue el mismo que trasladó a Buenos Aires a Marcelo T. de Alvear cuando siendo embajador argentino en Francia, resultó electo presidente para el período 1922-1928. Es fama que su equipaje estaba compuesto por 189 baúles y un lujoso Rolls-Royce que después se usó como coche presidencial.
En ese mismo barco viajaba todos los años a Burdeos doña Marie-Berthe Gardes, madre de Charles Romuald Gardes, más conocido como Carlos Gardel. No viajaba en primera clase, sino en una menos rimbombante segunda, mucho más avenida a su carácter sencillo y a su modesto origen. De todas maneras había un excelente trato, confortables camarotes y comedor inmejorable. No existía, por supuesto, el boato de la clase superior. Doña Berta Gardes era reconocida entre la tripulación por su trato afable y su generosidad en las propinas.
El “Massilia” también fue protagonista de un hecho que tuvo gran resonancia internacional. El ocho de octubre de 1939 trajo desde Francia a un numeroso contingente de refugiados españoles, inicialmente destinados a Chile. Se dice que por mediación directa de un hombre contradictorio y genial, Natalio Botana, dueño de “Crítica”, se logró que desembarcaran en Buenos Aires. Muchos de ellos artistas, periodistas, pintores se integraron prontamente a la vida cultural porteña. Nombres como Arturo Cuadrado Moure, Clemente Cimorra o Alberto López Barral figuraban en esa dolorosa lista de expatriados. El “Massilia” terminó sus días en el puerto de Marsella, hundido por los alemanes al retirarse de la ciudad ante el avance de las tropas aliadas.
La gran mayoría de estos datos fueron tomados de una publicación “Le Corbusier en el Río de la Plata”, editada por la Facultad de Arquitectura del Uruguay, y la Junta de Andalucía, y documentada, a su vez, en cantidad de testimonios, cartas y reportajes de numerosas personalidades.
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