Travesuras de Nalé Roxlo
publicado en blogs de La Nación
En 1925, el barrio de Caballito perdió una de sus principales edificaciones. Nos referimos al Palacio Videla Dorna que se encontraba en Rivadavia al 4900, frente al actual Parque Rivadavia. El gran terreno que ocupó la casona fue dividido en treinta lotes que se vendieron. También se creó un pasaje que comunicara Rivadavia y su paralela, Yerbal. Desde 1945, el pintoresco pasaje lleva el nombre de Florencio Balcarce (poeta del siglo XIX).
El escritor Conrado Nalé Roxlo vivía en el quinto piso de Balcarce 15. Su departamento tenía vista al Parque Rivadavia y un condimento: como el vértice de la ochava era curvo y se asemejaba a la forma de una proa, él lo consideraba su barco. Ese fue el motivo por el cual su departamento fue decorado con varios artefactos náuticos. Entre ellos, un viejo telescopio de bronce, de casi dos metros de largo, que había pertenecido a un barco inglés y que le había regalado el poeta Amado Villar.
Nalé Roxlo solía entretener a sus hijas Carmen (la Nena) y Teresa (la Chini) enseñándoles las constelaciones. Pero lo que más divertía a las chicas era cuando pedían delivery de tortas a la Confitería Ideal, ubicada en la esquina de Rivadavia y José María Moreno, a cien metros del edificio. No era una confitería más. Se trataba de una sucursal de la homónima que había abierto sus puertas en 1912, en Suipacha 384. La Ideal de Caballito era célebre por la Orquesta de Señoritas que amenizaba los concurridos horarios del té y del copetín.
Nalé llamaba a la Ideal, lo atendían en el mostrador y pedía una torta de las que estaban en el exhibidor junto a la puerta. El encargado enviaba a un mozo para que tomara la torta de los estantes y el escritor le daba indicaciones a su interlocutor: “Esa no, la de al lado”. “No, no, la de chocolate no. La de durazno que está en la punta”. “No, mejor la de frambuesa que está en el medio”.
Las hijas del escritor se reían al ver cómo el pobre mozo despistado trataba de entender el truco. Aún conociendo la dirección desde la cual le hacían el pedido, le parecía imposible que alguien pudiera observar con tanto detalle. Cuando tocaban timbre con el pedido, el capitán Nalé Roxlo guardaba el telescopio, preservándolo para una nuevo viaje por el mundo de las travesuras.
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