sábado, 6 de agosto de 2016

La Plata, la ciudad de los tesoros olvidados



La Plata, la ciudad de los tesoros olvidados

publicado en Brando
La capital de la provincia alguna vez fue modelo de diseño. Más allá de su trazado geométrico, ciertos edificios surgieron con vocación de joya arquitectónica. Hoy, abandonados, encierran historias y también un reclamo: que se los rescate y se los restituya a la comunidad. 

El Patio Nazarí, construido por Dardo Rocha debido a la nostalgia que sentía su suegro por Granada. 

Por Alejandra Varela / Fotos Claudio Larrea 

Alguna vez fue una ciudad del futuro. París celebraba el centenario de la Revolución Francesa y elegía a La Plata como la ciudad mejor trazada. Pero Mientras la Unesco premiaba su construcción, pocos entendían lo que esta capital provincial estaba proponiendo como diseño urbanístico a nivel nacional: sus diagonales que inventan atajos eran criticadas por el entorno local. Por esos años, la ciudad parecía casi desierta. Es que La Plata tiene una historia bastante breve que todavía puede escucharse en sus habitantes mayores. Allí están, aún, las mujeres que pelearon por la instalación del gas y el teléfono en esas manzanas delimitadas por la concepción higienista. Las mismas que vieron cómo la demanda poblacional empezó a cambiar la geografía original: donde antes había una casa racionalista, pasó a construirse un edificio altísimo. Será por eso que en 1999, cuando La Plata estuvo a punto de ser considerada patrimonio universal de la humanidad, los franceses señalaron que ya quedaba poco de ese proyecto original. El futuro había mutado en pasado. Hoy, algunos monumentos testigos de aquel esplendor todavía encierran historias, mientras suplican que alguien los reincorpore en la vida de la comunidad. 
El patio nazarí / la joya de la familia

Dardo Rocha viajó a Europa como era común en la generación que hizo de la disputa histórica una delimitación de ciudades. Fue en busca de algo concreto, material, para explicar la fascinación por un continente que había desojado hombres y mujeres. Su suegro, Diego Arana, era uno de esos inmigrantes nostálgicos a los que la enfermedad les impedía adentrarse en los mares para regresar a Granada. Entonces su yerno, que además era su sobrino, contrató al más prestigioso artista español para que incrustara en su casa una réplica del patio nazarí. 
Hoy, ese tesoro ilumina el interior de una casa chorizo pálida y desangelada en el casco fundacional de la ciudad. Hubo un tiempo en el que todos los moldes tenían detalles, hoy ausentes por algunos desprendimientos, que se suman al riesgo de que el lugar colapse por un cerramiento posterior que no estaba contemplado en el diseño original. 
En medio de una discusión más amplia sobre el avance de los edificios alrededor del casco histórico -lo que amenaza tanto a la Catedral como al Palacio Municipal- el destino del patio nazarí quedó atascado en una disputa familiar por la sucesión y los planes de hacer de esa propiedad un bien rentable. Ezequiel Aldazábal, ex estudiante de museología, ahora de antropología y creador de la ONG Cuidemos La Plata, dice que la clave para plentar la recuperación de estos edificios está en la viabilidad: "Hay dos factores: lo material y lo humano. Si llevás el interés económico al extremo, lo desconectás de la calidad de vida. Pero si te enfocás sólo en el valor sentimental, puede ser inviable desde el punto de vista del desarrollo. La clave es que convivan los dos". 
Calle 49 N° 370, Casco Histórico 
Teatro Princesa / el templo masónico

El Teatro Princesa fue construido para inmortalizar la logia masónica. 

Se sostiene casi en solitario coronado por una guardia de rejas oxidadas. Más allá de la capa gris y de un deterioro disimulado por el tono festivo del teatro, su construcción habla de la época de la fundación de la ciudad de La Plata, de la colectividad italiana y de la singularidad que lo muestra como uno de los pocos edificios especialmente construidos para inmortalizar una logia: la masónica. 

Si La Plata puede funcionar como un museo arquitectónico, el Teatro Princesa es una de sus últimas piezas. Un lugar lleno de pasadizos y sótanos. La fantasía de quedar encerrado allí habrá conmovido a más de un espectador, alterado frente a los cambios de escenario. Dicen que cuando Quico García dirigía un ensayo, la sala de teatro parecía una cápsula. 
García era conocido por su empresa de pinturería, pero también por sus experimentos teatrales y cinematográficos. Después de una gestión en la Comedia Municipal, comenzó a hacerse cargo de ese monumento a la masonería donde resonaban acentos italianos, ecos de su sala de baile y en el que todavía se podían vislumbrar los esqueletos de algún barco fabricado bajo las mismas luces que desataron las aguas imaginarias de Maluco, la obra que llevó al Princesa a su fama de provincia. Porque aunque suene de ciencia-ficción, ese lugar antes había sido un astillero. 

Quico García, hombre de la gestión teatral, estuvo a cargo de su funcionamiento. 
El Teatro Princesa fue un espacio inspirador. La posibilidad de que la escena independiente explorara los grandes escenarios, los edificios casi operísticos, la mística dulce y también aterradora de los viejos coliseos. Cuando García murió, hace tres años, sus hijos, ajenos a los devaneos artísticos, no se sintieron en condiciones de sostener esa monumentalidad centenaria que demanda arreglos y mantenimiento de una manera insaciable. Un día, el enorme cartel de una recoleta inmobiliaria despertó el activismo de actores, directores, arquitectos y defensores del patrimonio. "El grupo de actores que pide administrarlo no lo está pensando desde el punto de vista masónico, ni arquitectónico, lo está pensando desde la función. El que puede ver el interior del edificio, no la superficialidad sino el sentido, le asigna otro valor", dice Aldazábal, quien propone que el debate sobre el patrimonio sea una discusión sobre el modo de integrar el pasado a los usos cotidianos, más allá del conservacionismo. A pesar de que hubo un proyecto de ley para recuperarlo -hoy archivado por caducidad- el Princesa sigue ahí, desapareciendo de a poco. 
Diagonal 74 N° 817, Casco Urbano
Palacio Piria / el sueño de un balneario
En el Palacio Piria, en Punta Lara, el fundador de Piriáolis quiso recrear su propio paraíso. 

Francisco Piria era un aventurero, un dandy pero también un inventor de pequeños paraísos. Venía de fundar Piriápolis cuando construyó su palacio en Punta Lara y quiso para esas aguas turbias el mismo destino que la belleza uruguaya. Su historia hoy revive en las ruinas fastuosas de uno de los tantos proyectos inconclusos que desbordan las riveras de Ensenada y Berisso, lugares donde los puentes en desuso y los anhelos de prosperidad de su puerto siempre se vieron interrumpidos por la modorra estatal. 
El Piria fue saqueado desde mediados de los años 90. Ese castillo cubierto de matorrales ostentaba pequeños tesoros en sus paredes y techos que habrán servido para negocios precarios, para el vandalismo de rateros locales. Hoy son los vecinos los que motorizan los focos de movilización para rescatarlo. Algunos de ellos se erigieron en cuidadores. Como Soledad Marceco, que llegó a la zona cuando tenía 5 años. En ese entonces, el Piria era una casa para niños huérfanos, pero también un lugar de encuentro social: allí estaba la capilla en la que se congregaba la gente de Punta Lara. 
Inspirado por los cuidadores, la ONG de Aldazábal puso en marcha un estudio y presentó en las Jornadas de Patrimonio un proyecto para la explotación cultural del espacio. "Si desconectás el por qué y el para qué, terminás haciendo en este lugar un casino: recuperás el edificio, pero totalmente desconectado del contexto. Pero si hacés un espacio social, la comunidad vuelve a sentirlo propio", se entusiasma Aldazábal que por el momento batalla con su propuesta de recuperación integral bajo el brazo y desde la página de Facebook "Recuperación del Palacio Piria". 
Camino Costanero Almirante Brown entre 26 y 40, Punta Lara.

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